26 de mayo de 2011

Si por leer a los sabios, evitásemos caer en las trampas de las que hablan o los vicios de los que pretendieron huír, estaríamos dando un paso hacia adelante, cultivandonos de la sabiduria humana, como pretendemos hacer.
Pero no importa que tan bien comprendamos las palabras de estos hombres, cuantas veces las leamos o las pronunciemos con nuestros labios. Esos mismos labios desean cometer los errores, nosotros que despreciamos la vanidad y el fango, cerramos los ojos y tropezamos con la misma piedra. Los mismos sabios cometieron esos errores, e inmortales fueron solo sus palabras de arrepentimiento que los enaltecen. Qué tanto mejores seríamos aprendiendo de ellos. Y que tanto peores cometiéndolos, porque nuestro error es conciente, y no producto de la inocencia. Una vez que sabemos, estamos condenados.
La ignorancia es la mediocre felicidad.

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